martes, 12 de octubre de 2021

PORQUE TE FUISTE

“If you can't see the forest for the trees
Just burn it all down…
and bring the ashes to me”
Arcade Fire
Regresé a la Ciudad sólo un domingo por la marcha zombie. Este año fuimos poco más veinte mil mexicanos exhibiéndonos como mejor nos gusta hacerlo: juntos en procesión hacia… Bueno, nunca estuve seguro de hacia dónde íbamos. Lo importante es que acabamos en la plancha del Zócalo, y que es la única marcha a la que he asistido.
     Y no era mi intención, pero ya que estoy cerca me gustaría visitar mi casa. Quiero decir, mi antigua casa: el departamentito incrustado en un lúgubre edificio de los setentas, que casi llegaba a ser medio cuarto de vecindad. Allí pasé casi toda mi infancia. Mejor dicho, visitaré la calle donde se encuentra -o se encontraba-, pues no creo que me dejen entrar. Salimos debiendo un par de meses de renta; además, lo más posible es que ningún vecino me reconozca. Y es que tan no soy el mismo que ya ni recuerdo el nombre de esa calle. Esa calle de la que siempre digo, sin asomo de duda, que es mi favorita por todo lo que significa para mí. 
    Es mi calle. Ni siquiera recuerdo cómo llegar hasta allá. Afortunadamente una segunda memoria (una más afectiva o, si quieren, instintiva), me dice que debo andar por la Calzada México-Tacuba, que alguna de las tantas esquinas que la atraviesan será el extremo inicial de la mentada “calle favorita”. Puede que así sea. 
     Me preocupa la facilidad con la que olvido asuntos tan básicos y precisos como los nombres, las cifras, las caras. Habrá quien diga que es por el escarceo del día a día… No lo creo. Pasarán los años y algún día descubriremos que realmente nunca nos importó saber más del trocito de espacio que nos ha tocado, que lo útil, lo próximo. Quizás al final sólo quede esa memoria instintiva, la que sale de las entrañas: sube desde los intestinos hasta la cabeza como una tremolación, a veces cosquillea desde más abajo. Te advierte que marcaste el calendario con una piedrita blanca pero nunca te da una fecha exacta hacia dónde dirigirte, ni letras ni símbolos precisos; tan sólo algún indicio oscuro para que la adivines estilo “era del año la estación bla, bla, bla…”.
     No hay que confiar en ella, es pura imaginación y la imaginación sólo prefigura y confunde. Siempre se engancha con una idea, te la despliega por el espacio y el tiempo y de pronto todo significa lo mismo y redunda en aquello que crees que es importante pero no es más que un dolor pasajero. Por éso debo recordar un estúpido nombre: si no sucede el reencuentro con mi memoria (digamos) racional, terminaré siendo autómata cazador de recuerdos "felices”.
     Tal vez sólo exagero. La afectividad imaginativa es un buen inicio para recordar, ¿no? O quizá soy muy flojo para continuar pensando. 
    Recordar es “volver a traer al corazón”. Tener en el corazón algo presente, en muchas ocasiones, te obliga a actuar precisamente como un autómata o un animal. O tal vez como un animal que es puro acto reflejo: un mosquito en busca de algún lugar apacible donde encontrar sangre fresca, donde pueda dar un pinchazo y alimentarse de las impresiones que le ha producido ese lugar y de los recuerdos que puede imaginar.
   Es común que se den algunas perturbaciones en el huésped mientras uno se alimenta. Entonces uno simplemente se aleja un rato, revolotea alrededor y, como buen necio, vuelve a posarse sobre su víctima mnegonizante. Ésa es la actitud que pretendo mantener. Pero la necedad se agota porque ya no sabe cómo aferrarse. Sin advertirlo, los espacios tienen otra cara, otro corazón. El Cine Cosmos ya no es más que una fachada en ruinas agujereada por horrendas vigas de acero. ¿A quién se le ocurrió dejarlo como monumento al abandono? Han desaparecido los cafés de chinos. En su lugar, Ellos han dejado boquetes en renta y cortinas metálicas. 
     Así no se puede. Mi memoria ya estaba en otra parte, en la de hace varios años, cuando yo era pequeño y todo parecía hecho para ser eterno. En cambio, mis pies están parados en donde las cosas se hacen de la noche a la mañana. Es como si a Ellos, los que mueven todo ésto, les guste actuar cuando nadie los ve. En las inmediaciones del metro Revolución han manufacturado un feo corsé de tubos para evitar que la cotidiana plaga de la vendimia se desparrame fuera de la acera -“como en Tepito”, dicen Ellos. La Ciudad debe verse chula para cualquie visitante ajeno.
     Olvidé mencionar que soy un visitante. Vivo en un lugar rimbombantemente llamado En la Boca de Piedra: su “glifo” mexica lo dice claramente. Todas las instituciones del gobierno lo enarbolan orgullosamente, pero como puño dentado no me gusta, me produce ansiedad. Para lograr salir de allí, todos los días tengo que que atravesar una vereda polvorienta y sin nombre que acaba en la carretera. En la Boca de Piedra termina siendo un lugar de paso para mí. “La vida está en otra parte”, y quiero pensar que tengo una pequeña noción de dónde encontrarla. Entonces, ausente de mí mismo, viajo hasta acá dos horas soportando el poco sustentable sistema de trasporte de la Megalópolis. ¿Puedo hacerlo de otra forma?, pues no.
     Creí que tardaría en llegar, sin embargo ya estoy a unas cuantas palabras de arribar a mi calle, y por fin reencontrarme con su nombre.  Ya puedo ver la iglesia que está en la esquina y, a su lado, cruzando el arroyo, la placita donde yace el vivo cadáver del Árbol de la Noche Triste, tiznado monumento a+ un fracaso épico. Por lo que veo, también “mejoraron” este lugar. Triste pero cierto: quitaron los macetones, engalanaron las rejas que protegen (de nosotros, los salvajes) el histórico pedazo de carbón, e instalaron un juego de luces. Todo listo para presentar alguna ópera sobre la resistencia indígena.
     Había llegado a pensar que nuestras áreas verdes ahora estarían adornadas con tanques y aviones de grado militar y obeliscos dedicados a la memoria de algún anónimo que, al grito de ¡La Gran Fuerza de México!, se "sacrificó" por nosotros. Allá, En la Boca de Piedra, es la moda de los lugares públicos. Pululan los jardincitos reclutabobos, que no aceptan gente de seis a trece: no vaya a ser que maltratemos sus trozos de metal.
     Todavía no recuerdo el nombre de mi calle, ni siquiera encuentro el típico letrero que la denomina ni el poste que lo soporta. Algún borracho lo habrá arrollado. Sucede mucho allá, En la Bo… ¡Pero qué digo, cielos! No hay que seguir haciendo comparaciones odiosas. Nadie se las merece. Recuerdo que en esta misma esquina había uno de esos buzones redondeados, rojos rojos, como sacados de un kinder garden. De él ya sólo queda un muñón asesino floreciendo en la banqueta. Deberían poner algún aviso para los despistados que, como yo, ya tropiezan, ya cojean. Sería mejor detalle poner un epitafio a nombre de este y todos los otros buzones cercenados del mundo. Uno que diga: “SOLÍAMOS ESPERAR”, o algo así. 
     La Parroquia de Nuestra Señora del Pronto Socorro sigue pequeña y austera por dentro, pero en su interior todo va en picada. Me dicen que cayó el Cristo crucificado que tenían colgado del techo (¡pobrecito!). ¿Y qué pasó con el que yacía en la urna de cristal? Sigue siendo velado por siete pabilos. Sólo una vez entré a su adoratorio, y puedo jurar que lo vi suspirar y suspirar. Hoy ese bello durmiente está tan muerto como la resina que lo compone. ¿Qué habrá pasado? De seguro se cansó de esperar el Juicio Final.
   Qué curioso, ahora también en mi calle disfrazan su miseria con murales de colores. En la Boca de Piedra es práctica común, sobre todo si va el presidente a inaugurar alguna obra.
     Al menos las casas anchas, bajitas siguen en pie. No han sucumbido antes los constantes “booms inmobiliarios”. Si muchas son émulas del estilo de vivienda colonial, no es descabellado pensar que un par de ellas son fósiles vivientes de aquella época. Éso explicaría el carácter de sus habitantes. Además, mi calle se cuelga de la que es considerada la más antigua de América. Y todas ostentan, orgullosas, sus eternas grietas y muros descarapelados. Son sobrevivientes. ¡Pero que acaso no se dan cuenta del peligro que representan!
    Realmente nunca me sentí a gusto en esta calle. No sé porqué le guardaba tanto cariño. Me sentía oprimido en ella durante todos ésos en los que la habité. De día, el sol caía a plomo sobre nuestras cabezas, y los colores claros de los muros y la acera tosca me daban el charolazo. En la noche estaba muerta y de vez en cuando algún idiota la revivía haciendo carreritas en ella. Lo bueno era que tenía a la mano varias opciones para alejarme. La que yo más usaba era caminar en las calles que la rodeaban. En éstas sí que no había mucho sol, pues formaciones de hirsutos ahuehuetes, jacarandas y hasta palmeras servían de dosel para los corredores de este “palacio de soledad” que me gustaba formar en mi cabeza. Y digo servían porque a Ellos se les ocurrió que lucían más si los podaban. Casi me matan los trabajadores de la delegación con un ramón que lanzaron calle abajo. Ni modo, estos mares y lagos de asfalto quedarán pelones en la administración presente… ¡Por supuesto! Ahora recuerdo que mi calle se llamaba -y sigue llamándose- Mar Blanco. Allí es donde viví bastante tiempo (algún tiempo, la verdad).
     En fin, hice todo este viaje mental para recordar una mentada callecita. Es la única ventaja de esta vereda larga, polvorienta y sin nombre: como está en blanco, te deja pensar detenidamente mientras corres hacia una carretera que parece que nunca alcanzarás. ¡Vaya!, apenas y llego a tiempo para la marcha zombie. 
“Feel like I'm glued on tight to this carousel…”
Melanie Martinez

viernes, 1 de octubre de 2021

POEMA DE LOS AÑOS MILSEISCIENTOS

Exvoto en ovillejos. Pinta el autor esa vieja leyenda de unas mujeres, que en noches de puente o muelle semanal, juntábanse en el atrio de una reconocida iglesia (dominica, más por su posición en el calendario) y, desatando el talle natural otorgado a cada calavera, salían volando a ser calamidad de los nervios de los pobres vecinos de esta real CDMX. Y las llamaban “Mujeres Quítate-piel”, pues el suyo propio era el único pedazo de carne al que respetaban, teniendo consideración de hablarle mientras la desgarraban, deshuesaban y arrimaban bajo la Cruz; quedándose ellas en los puros huesos. El lector ya se podrá imaginar que nuestro poeta no servía para componer piadosos exvotos. En efeto, muy temprano lo cambiaron de profesión, fungiendo  ahora como asado del Santo Oficio: que este primero no se halló acabado. No se sabe si cambia a irregulares liras porque intentaba relación de elevaciones. Estamos seguros que, por ser mexicanito, no pudo escapar del elogio a la Muerte común de su pueblo. Aunque consta en actas que dijo que escribió inspirado en la festividad gringa de Jal O'güín, que viene a ser de Todos los Santos; aquella en la que se nos da la oportunidad de embozarnos como clarines, vampiros, ironmanes, calabazas, jacks o rameras para acosar al humilde empleado exigiéndole golosinas y dineros. El lector no tiene porqué creerle ni respetarle. 

De hilillo pende de oro

de quien retrato adoro.

Bien pensado, llamar débole Exvoto.

Que no es que quiera dármelas de doto,

muy al contrario; tampoco

se las doy -las gracias, digo-, por loco,

a Amor tenerme en brasas.

Apuntando sus trazas,

es Exvoto plástica relación,

con pintura hilación

narrada de un suceso milagroso,

desentuerto mágico y prodigioso. 

Desde su escorzo, el gusto en queja amarga,

su autoridad alarga:

“¡Es terrible puchero de colores!

¡Por tus patas trazados los horrores!

¡Batida por tu dedo,

la mistura de un pedo!”

De Orión cuna, o sea vino,

contar las partes del monstruo divino,

mi intención, lo que importa, es, ¿no es ansí?

Te lee, pues, un retablo hecho por mí.

Vistote hé, prodigando caricias

a un de evasé rubíes. 

Ríes, ríes:

exige mil albricias

tu Lucero dentata

Ya me aloca, me tortura, me mata.

Si no Acteón, tal vez un Ifigenio,

caí en trino incendio.

Tras ti anduve -yo, vil sacro rumiante-,

hacia unas aras, hasta una cruz ante. 

Coloradas rosas entre, azucena

ya llegas, presto, á escena.

Rubicundo despires

a tu fiel invitado, y sin que mires,

me oculto notando te faltan menguas;

papiro entre las lenguas

que imprimen por emblema:

“¡Quema! ¡Quema!”

Encrenchastes ingenuas

flamas con marfil cuña.

¿No te abrasa, te consume, te duña?

Gozo salamándrico, pues vi ciento

cabellos siendo, cabe firmamento,

corona a las pareadas:

ya Sirio, ya Alcor Ulsa,

pulsa, pulsa. 

Resueltas destelladas

al Cosmos amenazan;

a bajel, a mariposa, a lata asan.

No bien preciaba el süave hielo

en que ardía tal Cielo, una grieta avanzó.

Tornándola en hebras,

quiebras, quiebras

(témpano se destrozó

también, torre de cristal)

frente, ojos, nariz: texto ornamental.

(A faldas de la torre,

amapola en talegas

siegas, siegas.

Esta vendimia corre

airosa, cae fulgente;

terrible, espectral, fantásticamente.)

Desviéme hacia una nebulosa

coralina, lustrosa

y engastada de perlas. 

Sobre tronco níveo pude verlas;

y en base de éste, sutiles raíces

descendían. Raíces

líquidas luego vílase transformar:

los ríos en los que muchos van a dar.

Pues admirados ven cómo se elevan:

mientras suspiros llevan,

a convexo ascienden Cielo segundo.

(¡Vaya, los mariposones del mundo!)

Ya llega destronando,

cúpulas separando. 

A remate de alhaja

raja, raja,

ya se precipitando.

Nunca dama graciosa:

si antes Ninfa, luego Pupa, ya Diosa.


*FUENTE DE LA IMAGEN: https://www.deviantart.com/corvuscallosum/art/A-Skin-Suit-for-Your-Skeleton-423835447